
El tardígrado es un bichito de ínfimo tamaño – entre 0.3 y 1 mm- pero de hondo significado. Cuenta el famoso novelista francés Didier Van Cauwelaert en su libro El Poder de los Animales que un explorador despertó a uno de esos animalitos de un sueño de 130.000 años, nada menos. Y tan campante, como si su catatonia hubiera durado un par de días…
Pero lo que me ha llamado la atención no es esto, sino su condición de extremófilo, es decir, parece que tiene una extraordinaria capacidad de resistencia ante condiciones extremas, como por ejemplo el cero absoluto, temperaturas de -273º o calores de hasta 150º. En ese verano tórrido que nos ha tocado vivir en España, ¿a quién no le habría gustado poseer estas cualidades?…
Se ha comprobado que los tardígrados pueden resistir presiones extremas, la ausencia de oxígeno e incluso productos tóxicos. Según el autor de la novela, estos organismos fueron embarcados en la misión Fotón-M3, donde estuvieron en órbita alrededor de la Tierra. Fueron expuestos a radiaciones solares directas y al vacío del espacio, y, sorprendentemente, regresaron a la Tierra en plena forma, aunque con su ADN un poco chamuscado, el cual pudieron reparar sin problemas.
Lo más fascinante es que, cuando sienten que su supervivencia está amenazada,an una anomalía en su medio ambiente, los tardígrados pueden liofilizarse: se deshidratan, evacuan el 99% de su agua y entran en modo “pausa”. Segregan un tipo de azúcar anticongelante y recubren su cuerpo con una cera especial.
Un bichito muy pequeño, si, pero con cualidades muy grandes. Podríamos preguntarnos qué sucedería si pudiéramos emularlo. ¿Qué ocurriría, si, ante una situación incómoda o complicada, supiéramos vaciarnos del 99% de nuestras aguas –emociones- asociadas a la experiencia en cuestión, y cubrirnos con un “gel” protector, hecho de sabiduría?
La respuesta es que otro gallo nos cantaría y podríamos evitar un sinfín de conflictos derivados del despliegue intempestivo de nuestras emociones.
He llegado a conocer personas tardígrado, capaces de inhibirse totalmente del entorno y entrar en un estado de hibernación de forma súbita y sin previo aviso. Confieso que al principio me quedé un poco noqueada hasta que, al leer la historia del tardígrado, comprendí la jugada.
Pero sin duda lo más hermoso fue comprobar cómo se manifiesta la magia del universo, esas bromas que nos gasta la parte angélica de nuestro ser.
Me explico: este libro de Van Cauwelaert ya lo había leído anteriormente y lo había archivado en la carpeta de “anécdotas curiosas”, sin más. Sin embargo, cuando me encontré con esa persona tardígrado, una vocecita interior me sugirió que volviera a leer el libro. Y entonces se hizo el “clic” y comprendí la maravillosa enseñanza que esa persona me estaba brindando, de forma inconsciente. Y logré que no me afectara su capacidad de disfrazarse de iceberg cuando lo considera necesario.
Como diría Angel Martín ¡punto para los tardígrados!
Soleika Llop
Un comentario
Maravillosa enseñanza la de tu intuición y perspicacia, la de tu tardígrafo humano y la del bichito en cuestión que forma parte de nuestra enseñanza en humildad entre otras.
Estoy redescubriendo y explorando que lo que por ignorancia y vanidosidad llamamos hermanos menores, forman parte de nuestro aprendizaje en mayúsculas.
Con la esperanza en que al ser todos y todo UNO, encontremos chispas como la que nos muestras, para recordarnos lo que siempre fuimos, seres espirituales en una experiencia humana.
Grácias estimada Soleika.