El error capital de Júpiter: La Gula

La gula es el error jupiteriano. Al comienzo de la evolución, los hombres no se hallaban en condiciones de ejercer la gula más allá de sus propios organismos, pero en nuestra sociedad actual, debemos entender por gula no solamente el hecho de consumir más de lo que a uno le corresponde en virtud de los recursos comunes de que dispone la humanidad. Si no que en sus negocios, en su actuación social y profesional, el glotón también abarca más lo que su programa humano le permite abarcar, reduciendo o suprimiendo el espacio social que los demás deberían tener como legítimo terreno de experiencias.

En el Mundo Mental, Júpiter es el que dice: «Estos terrenos, para el cultivo, aquellos para la edificación de una ciudad; aquí las zonas deportivas; aquí los bosques, allí las minas: allí los templos, las industrias o los Bancos, las universidades, las instituciones políticas». Si imperara la ley natural, cada hombre asumiría su propio potencial y realizaría, en nombre de Júpiter, la función que le corresponde. Pero los glotones impiden que esto ocurra y un buen día, uno de ellos, con más esencia jupiteriana en su interior que los demás, dice: “Aquí esto, aquí aquello, más allá esto otro, y todo es de mi propiedad, y está bajo mi control y mando, y en mi propio provecho”. 

Entonces, los demás se quedan sin papel jupiteriano, reducidos a ser servidores del glotón, el cual les transmite sus órdenes por teléfono o por correo electrónico, haciendo que ordenen las cosas por su cuenta, mientras él se relaja en su maravillosa isla particular.

Nos estamos refiriendo a la organización de la vida física, pero el glotón actúa de una forma más sutil e imperceptible en el dominio puramente mental, diciendo a los que lo escuchan o leen: «Yo soy la verdad y os la voy a contar para que no os toméis la molestia de descubrirla». Y entonces establece toda una serie de dogmas religiosos, políticos, sociales, científicos o culturales, y los institucionaliza, los sacraliza y los declara cultura y civilización, y para que a nadie se le ocurra desmentírselos, ahí están los ejércitos, la policía y demás “fuerzas vivas” para disuadirlo. 

Al establecer una verdad, oficializarla, rendirle culto y protegerla por la fuerza, el glotón impide que la auténtica verdad nazca de las experiencias vitales del individuo.  La verdad vital, la que inevitablemente explota un día en el interior del individuo como una sublime evidencia, es la que el glotón se empeña en combatir, porque no es científica, porque no forma parte del patrimonio cultural común, de lo que ahora se llama el “mainstream”. Porque la verdad siempre es revolucionaria y, si se generalizara, el glotón se vería obligado a dejar de ejercer su glotonería, al volver todo a su orden natural. La gula es pues la responsable del caos social en el que estamos inmersos. En el ámbito alimenticio, de la gula deriva el hambre en el Tercer Mundo.

En la naturaleza emocional, el exceso de protagonismo jupiteriano abre las puertas a todas las apetencias y fagocita a los hombres, igual que a las sociedades, los cargos, las instituciones.

Por lo tanto, podemos considerar la gula como un desbordamiento de la individualidad, que tiende a tragar a la colectividad. Es el gran error de nuestra época y el más difícil de combatir. En efecto, cuando el cuerpo está saciado de alimentos, obliga al individuo a adoptar un régimen. Pero en el terreno intelectual o emotivo no funciona esta señal y el glotón sigue tragando más y más, privando al resto de los humanos de su legítimo espacio vital. 

El sistema capitalista está indisolublemente ligado a la gula, y aquellos en cuyos cuerpos aparece el síntoma de rechazo de la comida, a lo mejor deberían considerarlo como un aviso de que, en otros dominios, convendría que dejaran de engullir espacios ajenos a su programa humano. 

Tampoco la gula es fácil de corregir, porque agrada al individuo que la padece, y sólo la comprensión de sus efectos le permitirá corregirla.

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