En una de mis incursiones en mi multiverso particular, concretamente al explorar la Capa 12.5 de mi ADN sutil, descubrí un curioso personaje que se presentó como “profesora de humanidades e historia comparada”.
Ella hizo su aparición en una clase con muchos alumnos, se asemejaba mucho a un holograma. Reproduzco a continuación lo que pude captar de su discurso:
Queridos niños, soy Thera, vuestra profesora virtual de humanidades e historia comparada. Que sepáis que no existen grandes diferencias entre el hombre de las cavernas y el ser humano actual, como no sea el desarrollo tecnológico. En la prehistoria, los seres humanos se enfrentaban a dos grandes amenazas: los animales salvajes y la meteorología.
Hoy en día, en la Tierra están en las mismas, solo que ahora los grandes saurios han tomado la forma de poderosas fuerzas instintivas que se alimentan con la filosofía del “todo vale” y esas energías son una amenaza para la supervivencia de todos los terrícolas. En cuanto a los fenómenos climáticos, no son tan extremos como en tiempos prehistóricos, gracias al desarrollo tecnológico, pero siguen estando ligados a las emociones y pensamientos de bajo calibre, emitidos por los habitantes del planeta.
En este contexto, no es de extrañar que una de las súper producciones más exitosas de Hollywood, en las últimas décadas, haya sido Jurassic Park. A nivel simbólico, los animales representan las fuerzas instintivas más básicas. En los tiempos de las cavernas, aquellas fuerzas podían ser una amenaza para toda la colectividad.
Pero como ahora estamos en otro ciclo, el peligro, al parecer, ya no se cierne sobre el colectivo, sino sobre cada ser en particular. A la vista está la enorme cantidad de terrícolas que están desencarnando o que abarrotan los hospitales con todo tipo de enfermedades.
Siguiendo con las analogías, es interesante observar cómo se produjo la extinción de los grandes saurios. Se extinguieron en cuarenta y ocho horas debido a la caída de un meteorito sobre la Tierra. Al final del Cretácico, hace sesenta y seis millones de años, el impacto de un asteroide gigantesco en Chicxulub, en la costa de México, oscureció los cielos y enfrió el planeta, matando a todos los dinosaurios salvo las aves.
No ha lugar a juzgar o vilipendiar la manifestación, viralización e incluso normalización de las grandes fuerzas instintivas en la actual sociedad. Nos han permitido conocer al ser humano bajo todas sus costuras. Han representado los últimos coletazos de una era que está en sus últimos suspiros.
Kabaleb dijo un día que del signo de los pescaditos se podía esperar todo: lo mejor y lo peor. Lo mejor, lo más relevante, ha sido sin duda la manifestación del Cristo, de ese gigantesco Avatar que vino a recordarnos nuestra principal misión como humanos: conjugar el verbo amar en todos sus tiempos y acepciones.
Pero sigamos con la analogía entre los diferentes ciclos. Los grandes saurios fueron borrados de la faz de planeta por un gigantesco meteorito. Pues bien, en la psique humana, ¿cuál puede ser ese “meteorito” capaz de pulverizar en un tiempo record, en un visto y no visto, las grandes fuerzas de la oscuridad? El rayo crístico, por supuesto.
Si una masa crítica de personas se propusiera transmutar en amor puro todas las iniquidades, nimiedades y demás rastrojos piscianos, daríamos todos el gran salto a la próxima Era.
Pero recordemos el famoso lema: “Piensa en global, actúa en local”.
O aquel otro: “caridad bien entendida…arremángate y manos a la obra”…
Soleika Llop