El llamado “cambio climático” está asociado a la aparición de nuevos trastornos mentales, como la fobia meteorológica y la eco ansiedad. En el primer caso, hablamos de personas que experimentan altos niveles de ansiedad junto a un miedo irracional y excesivo ante la exposición o anticipación de determinadas condiciones meteorológicas. La eco ansiedad –según los expertos- puede venir dada por dos motivos. Por un lado, por haber tenido que marchar del lugar de origen o bien como consecuencia de tener una conciencia medioambiental tan desarrollada que lleva a un malestar psicológico. Un estudio de Oxford ha descubierto que muchos preadolescentes padecen este trastorno.
Cabe preguntarse hasta qué punto el dramatismo que de un tiempo a esta parte tienen los partes meteorológicos está conectado con este tipo de trastornos. Antes, cuando se acercaba una borrasca, los partes anunciaban eso mismo, una simple borrasca. En cambio ahora, cualquier fenómeno adquiere tintes apocalípticos. Es fácil oír hablar de la peor tormenta del siglo, de ciclogénesis explosivas, de lluvias torrenciales que arrasarán los territorios que vayan atravesando, al más puro estilo de Atila, que por donde pisaba no volvía a crecer la hierba.
Si juzgamos estos avisos catastrofistas con los binóculos de la superficie, tal vez pensemos que algún esbirro alistado en las filas de las élites oscuras está empeñado en asustar al personal. Otros dirán que las fuerzas oscuras se nutren de nuestro miedo, el cual, para ellas, es un manjar muy apetitoso. Quienes así piensan se mueven en las marismas de la dualidad, donde siempre tiene que haber algún enemigo al que combatir. La figura más representativa de esta forma de pensar es Rambo, siempre sacando la lengua para protegerse de los posibles enemigos.
Sin embargo, tenemos la opción de elaborar una meta interpretación (meta en griego significa “más allá de”) dándole la vuelta a la tortilla. ¿Y si nos tomáramos estos partes apocalípticos como una oportunidad para influir sobre los patrones climáticos, aprovechando la ocasión para practicar con el Ho´hoponopono y desactivar en nosotros la posibilidad de que se produzca un tsunami o una tormenta? Por ejemplo revisando lo que está pasando en nuestro mundo emocional. Teniendo en cuenta que el agua está ligada a las emociones.
Si una masa crítica de personas lo hiciera, se desactivarían probablemente las posibles tormentas. Gregg Braden y otros autores han hablado en sus libros y charlas de la influencia ejercida por los seres humanos sobre los patrones climáticos. No estamos diciendo ninguna barbaridad.
Desde estas páginas ya nos hemos referido a estos temas, ya hemos hablado de los efectos que pueden producir unas ideas exaltadas: grandes vendavales, ciclones, etc.
Pero lo que planteamos ahora es la posibilidad de que los partes meteorológicos con tintes dramáticos no estén pensados para provocar reacciones de “uyyy que sutttttooooo”, ni fobia meteorológica, ni eco ansiedad, sino para que respondamos desde la consciencia, desde la luz.
Ojo, no estamos diciendo que los meteorólogos que redactan estos partes sean conscientes de por qué lo hacen, probablemente no es así (esperemos que algún día lo sea). Sino que están movidos por fuerzas que, aunque parezca a primera vista que tienen su cuartel general en los sótanos, en realidad forman parte de un gran plan de luz.
Aunque cueste reconocerlo, todo cuanto ocurre siempre está promovido por la luz, lo que pasa es que muchos humanos están aún abonados al programa “al revés te lo digo…”. De nuestra capacidad de “meta interpretar” y evitar quedarnos atascados en la costra de la superficie depende que ese programa vaya perdiendo fuelle.
Ya no es momento de quedarnos apoltronados en el sofá esperando que las cosas cambien, sino de ser el cambio que queremos ver en la sociedad.
Lo dijo Gandhi hace mucho tiempo, ¿qué tal si empezamos a aplicarlo? Y no sólo quedarnos con el consabido: “ooooh qué frase más rechula”. Soleika Llop