“Oye, tú que estás enchufada, ¿por qué no les pides a tus maestros que me ayuden a…”?
Esta es una frase que pronuncian a menudo quienes necesitan que algún intermediario les saque las castañas del fuego, a nivel espiritual. Es el estilo: “Papá, como entiendes mucho de mates, ¿por qué no me haces tú los deberes?”.
Habitualmente, este tipo de personas suele disponer de una buena colección de justificaciones:
…”No sé de dónde sacar el tiempo”…
…”Tengo demasiado trabajo”…
…”Es que arrastro un cansancio”…
…”Con todos los asuntos que estoy llevando, no tengo la cabeza para ponerme a meditar”…
…”Las veces que lo he intentado, no veo nada, no siento nada”…
…”Yo no valgo para esto”…
…”Cuando me pongo a meditar, me duermo, lógico, mi cuerpo aprovecha para descansar y desconecta”…
Todos estos argumentos recuerdan la Parábola de David el Indio, de Kryon (pueden encontrar esta parábola en la categoría “Esencia de libros” de esta Plataforma). Hemos dado solo una pequeña muestra de las justificaciones más comunes, pero las hay para todos los gustos. En realidad, a veces es una forma de decir: “Pasa tú el nanas (estropajo de hierro) por el fondo de la cacerola que a ti te sale mejor porque tienes más práctica”, o “llévame en brazos que así no me salen callos en los pies”.
La práctica de la meditación abre nuevas rutas neuronales, el hecho de pensar como nunca lo habíamos hecho antes crea muchas sinapsis o contactos entre neuronas, lo cual abre nuevos caminos a la comprensión. Se trata de un recorrido absolutamente personal e intransferible. Difícilmente realizable por persona interpuesta. Lo que sí se puede hacer es contar con la colaboración de un terapeuta que le ayude a uno a salir de cualquier atasco.
Pero, ¿de dónde vienen los atascos? ¿Qué pasa cuando una persona dice, reiteradamente: “no siento nada, no veo nada”? Simplemente, ocurre que su mente racional, cuya función es velar por la supervivencia de su vehículo en la tercera dimensión, no ve la utilidad que puede tener el abrir una nueva ruta neuronal. O incluso puede percibir esa apertura como una amenaza. En ambos casos bloqueará el paso.
Para ello, la mente dispone de un sinfín de estrategias: hacer que a la persona le entre somnolencia, o que le empiece a doler algo. O que quede sepultada bajo un aluvión de pensamientos: pueden salir, como hongos en un día lluvioso, toda una retahíla de “tengo que”.
¿Existe alguna forma de detener este bombardeo? La respuesta es sí, podemos realizar negociaciones cuánticas con la mente concreta. Y aplicar una estrategia que se utiliza en algunas artes marciales: procurar aprovechar la fuerza del contrario. Es decir, contra argumentar e invalidar las estrategias de la mente racional. En AG disponemos de una buena batería de contra argumentaciones.
Todas tienen una característica en común: se hacen desde el amor, el respeto y la compasión. Como dice la neurocientífica Nazareth Castellanos, la amabilidad es muy transformadora para el cuerpo, es importante ser amable con uno mismo. Por otra parte, conviene entender que la mente racional no bloquea las conexiones para fastidiar o perjudicar a la persona, sino para invitarla a profundizar y a dar pasos relevantes hacia el autoconocimiento y la plena consciencia.
El “hazlo por mí” es la postura más cómoda, pero no desemboca en la transformación de la persona, no la ayuda a ir más allá de sus propios límites. Para que la propia realidad se transforme, es necesario mover los mecanismos de la voluntad, de la ecuación de decisión, y comprometerse con el propio crecimiento.
Soleika Llop