11. Estar enganchado a la farola

Una farola es un elemento que ilumina nuestro camino, pero cuando la encontramos, lo lógico es seguir caminando. A nivel simbólico, puede ser una persona cuyos conocimientos o cuya sabiduría nos ayuda a ver más claro en ese caminar.

Sin embargo, hay personas que tienen por costumbre quedarse adheridas a la farola. Como dijo Confucio: “Cuando el sabio señala la Luna, el necio mira el dedo”.

Cuando hacía mis pinitos por el mundo espiritual, le tenía cierto cariño a la “farola”. Recuerdo (ahora con una sonrisa en los labios) como mi ex –que tiene muy buena voz- me cantaba la famosa canción de Joaquín Sabina: “maldito sea el gurú que levantó entre tú y yo un silencio oscuro…”. En aquellos tiempos, al escuchar la canción, yo saltaba como un resorte. Si me hubieran colocado una valla por delante, seguro que habría podido batir el récord olímpico de salto con pértiga. El gurú, aparentemente, era mi padre, quien me había enseñado tantas y tantas cosas y con el que mi exmarido no congeniaba mucho. Pero esas eran solo las apariencias, porque el verdadero gurú se situaba dentro de mi psique, era la tendencia a sentirme superior a él en conocimientos.

Posteriormente, hice grandes esfuerzos para desligarme de aquel foco de luz que me hizo entender las mil y una triquiñuelas de mi ego personal. Y se lo agradecí de corazón.

Hace muchos años, tuve una vecina que, siempre que tenía ocasión –que era muy a menudo- se acordaba del árbol genealógico de su suegra, que llevaba mucho tiempo criando malvas a dos metros bajo tierra. Pero a ella le encantaba recordar una y otra vez todas las “perrerías” que le había hecho su suegra. Era otro caso de enganche a la farola, aquello resultaba más fácil que preguntarse en qué medida la suegra estaba actuando de espejo.

Este “club” del “es que me gusta recordarlo, oiga”, está muy concurrido. Como la abuela del chiste, que cada semana acudía a la iglesia a confesarse que habían abusado de ella cuando era joven. Y el sacerdote le decía: “abuela, ya lo sé, me lo ha contado cientos de veces”. Y ella le contestaba: “Ya lo sé, pero es que me gusta recordarlo, sabe”. Son aquellas personas que han sido víctimas de algún mal trago y que lo rememoran una y otra vez sin darse cuenta de que, al traer de nuevo aquella vivencia a su realidad, la actualizan sin cesar. Vuelven a juntar una y otra vez los átomos sutiles que formaron aquel suceso, sintiéndose permanentemente agredidos. Si uno tiene mentalidad de clavo, lo lógico es que se encuentre con muchos martillos que lo golpearán una y otra vez.

Por ello, lo más indicado es ser conscientes de lo que, amorosamente, nos quieren transmitir esas personas que iluminan nuestro camino y seguir adelante en pos de nuevas aventuras.

Soleika Llop

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