De regreso a mi casa después de un delicioso baño en el mar, pasé por la frutería de la esquina. Escogí algunas verduras y le dije a la dependienta: “Guárdamelas, que ahora subo a por mi monedero y te pago.” Entonces, me llegó por parte de aquella mujer un tufo a: “Multiplícate por cero, que hoy no es mi día.”

Al llegar a casa, mi primera reacción fue pensar: “Con esa cara, hoy no vas a vender un pimiento; tus frutas y verduras se contagiarán de ese humor tan encantador que traes.” Recordé que los dos últimos melones que le compré resultaron ser auténticos pepinos.

Parece que toqué la fibra de mi “Pepito Grillo” (la voz de mi conciencia), que sin más preámbulos me soltó: “¿Y tú eres la emperatriz de la Alquimia Genética? Ja… ¿qué tal si utilizas los recursos que llevas en tus alforjas?”

Entonces, se me ocurrió colocar a la dependienta de la frutería dentro de un gran corazón verde y enviarle pensamientos amorosos. El resultado no se hizo esperar: cuando regresé a la tienda, el panorama había cambiado por completo. La mujer me dedicó la mejor de sus sonrisas y me contó que estaba muy cansada y que no podría tomar vacaciones hasta dentro de tres meses. Se abrió a compartir lo que sentía, algo poco habitual en ella.

Entonces le dije: “Me vas a elegir un melón con garantía Salvat y, si no está sabroso, no tajunto.” Ella soltó una carcajada y, de propina, me regaló dos enormes melocotones.

El melón salió exquisito, el mejor de la temporada. Y mi Pepito Grillo, en modo autobombo, me dijo: “¿Has visto qué fácil es darle la vuelta a una situación en cuestión de segundos? A eso se le llama “vivir alquímicamente”.

Resultado de la quiniela: Pepito grillo: 1, mi ego externo: 0.