18. Simbolismos navideños

Se acerca la Navidad, una ocasión para reunir a la familia, pero situándonos en otro nivel de realidad, podríamos considerar a la familia como un fractal, o imagen auto semejante de la familia celular, es decir que existe un gran paralelismo entre la familia de fuera y la de dentro. Ahora mismo numerosos físicos, como por ejemplo Nassim Haramein, opinan que las reglas que mueven el macrocosmos, el mundo exterior, son perfectamente aplicables al microcosmos, o mundo interior. 

Así que este podría ser un buen momento para reflexionar sobre la unidad de nuestro clan celular, y quién habla de células habla de tendencias, de impulsos de la psique. ¿Qué podemos conseguir cuando todas nuestras tendencias se unen? Pues, por ejemplo, acceder a la conciencia láser, la cual nos permite conseguir nuestros objetivos y deseos más profundos. Y a nivel celular eso lleva a promover la conectividad celular. Cuando existe una buena conectividad celular, los distintos órganos son solidarios unos con otros, se comportan como vecinos bien avenidos que se ayudan mutuamente. 

Entonces, somos capaces de hallar un hilo conductor en todas las cosas que nos pasan, podemos percibir el propósito que subyace detrás de cada anécdota, o de cada persona que encontramos. Es cuando tenemos la sensación de ser los directores y guionistas de nuestra película. Nadamos en las aguas de la convergencia.

En cambio, cuando existe desconectividad, parece como si las situaciones que vivimos se encontraran colocadas en compartimentos estancos, aisladas unas de otras. Estamos sometidos al azar, no dirigimos nuestra película, la divergencia se adueña de nuestros resortes.

De la misma forma que se ha instaurado el Día de la Mujer trabajadora, el Día de la Infancia, o el Día de la Tierra, en Navidad celebramos los Días de la unificación, unas jornadas en las que se conmemora simbólicamente el nacimiento de Jesucristo. Más allá que un personaje histórico, es un arquetipo, es decir en un patrón, un modelo de integración, de unión de polaridades. Representa el reencuentro y fusión entre el Yo humano y el Yo divino.

La Navidad suele ser sinónimo de grandes banquetes. Acaso porque solemos interpretar de forma muy literal y terrenal el anhelo del alma de recibir otro tipo de alimentos, un alimento integrador. Decía el Cristo que el que bebiera de su fuente nunca más tendría sed. Dicho de otro modo, quién se acerca a esa energía amorosa que todo lo une, que todo lo integra, nunca más va a necesitar acudir a otro tipo de fuente. 

La fuerza crística representa la parte de nuestro ser que es capaz de amar sin fronteras, sin demarcaciones, sin límites ni condiciones. Es el momento de darle cancha, de promocionarla, o al menos de darnos cuenta de que existe, de que está ahí a nuestra disposición. Ese es el manjar, la delicatessen que podría presidir nuestras mesas en los días navideños. Las grandes comilonas serían en ese sentido la escenificación exterior o fractalizacion de la necesidad de absorber ese alimento sublime que es el amor en su más alta expresión.

La fuerza crística representa nuestra capacidad de integrar todas las experiencias y todas las áreas de la psique.

Cuando el Cristo es la fuerza que lleva el timón de nuestro barco, todo es mucho más rápido, las cosas se pueden obtener sin esfuerzos, de forma instantánea, sincrónica. Se pone en marcha el tren de lo que D. Chopra llama el “sincrodestino”. El “pedid y se os dará” se convierte entonces en nuestro pan de cada día.

En las fechas navideñas, nos colocamos todos bajo un paraguas cuántico que nos habla de unión, de reencuentro con el hogar de origen, es decir con nuestra esencia, con quiénes éramos antes de cubrirnos con la capa de galápago formada por nuestras creencias, herencias, embrollos emocionales y condicionamientos. Así cobra un nuevo sentido el lema del «vuelve a casa por Navidad». Equivale a inocentarse, a regresar al punto cero de inocencia infantil, de ilusión, de espontaneidad, de capacidad de asombro. Ese punto que nos permite creer que todo es posible, en el que no estamos sujetos a ninguna creencia, en el que somos capaces de borrar todas las afrentas del pasado.

Aunque lo ideal sería que estuviéramos bajo ese paraguas cuántico todo el año, sin necesidad de esperar la conmemoración de una fecha especial. Porque el Cristo es un arquetipo o patrón de comportamiento que está a nuestra disposición en cualquier momento del año.

Cuando un número de seres humanos lo suficientemente grande haya alcanzado el umbral de la conciencia crística –es la teoría de la masa crítica- la colectividad se incorporará a otra dimensión perceptiva entrando en la simbólica Nueva Jerusalén celestial, que representa la perfecta ordenación de todas las cosas, es la comunión con todo lo creado.

Soleika Llop

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