El Yang-masculino es el que toma las decisiones, las iniciativas. Perfora, organiza, abre caminos, avanza, es como la tuneladora del metro, va taladrando muros de materia. Necesita demostrar su poder y su fuerza, busca la autoafirmación, maneja el ego personal. Es puro fuego, voluntad, energía, potencialidad, germen, semilla. Es la fuerza psíquica que nos induce a vivir de cara al mundo exterior y a buscar las respuestas por fuera, a creer en la existencia de un Dios exterior. El yang es el “hacer”, es el Yo emisivo.
La personalidad femenina es la que gesta las creaciones del Yo masculino, es la tierra que recibe, acoge, incuba y alimenta la simiente, les da forma. Gesta al futuro ser, a la futura realidad que ha sido ideada por el Yo masculino, que ha sido generada por la voluntad. El Yo femenino mueve la intuición, la imaginación, la imagen, la sensación, la tolerancia, el deseo, el instinto, la sensibilidad, la diplomacia, la capacidad de perdonar, de amar incondicionalmente y de dejarse amar y mimar, de recibir, de expresar las emociones, de adaptarse, de cuidar y alimentar. Es la fuerza psíquica que nos induce a vivir de cara al mundo interior y buscar las respuestas por dentro. El Yin sería el “ser”, por contraposición al “hacer”.
Carlos Schabbath dijo lo siguiente sobre esta cuestión:
Existen dos universos que hay que ensamblar en los laberintos de la psique. Uno es exterior, es el universo de la imagen corpuscular, arquetipo masculino y accedemos a él por los atributos de la lógica, la razón y la ley. El otro es interior, es el universo ondulatorio; la sombra, el arquetipo femenino, y accedemos a él por los atributos de la sensibilidad, la intuición y el amor. Uno es de apariencia objetiva y el otro de experiencia subjetiva, pero uno es resonancia del otro. No son dos universos, son dos reflejos de una chispa que llamamos realidad[1].
[1] Extraído de El Universo Multidimensional.